Me siguen…

Esa tarde me habían dado plantón y tras consumir dos tés y leer la prensa del día en el café donde había quedado, decidí huir de allí ante las continuas miradas del camarero a quien no agradaba mi dilatada permanencia con tan escasa ganancia y ocupando una de las mejores mesas.

Como tampoco podía volver a la pensión donde residía junto a un compañero de trabajo, pues le había prometido la habitación libre durante toda esa tarde para una cita galante que tenía agenciada desde hacía tiempo, resolví perder el tiempo caminando por el centro: mis pasos me llevarían azarosamente por donde se les antojase, aunque al cabo ideé un juego para sobrellevar mejor mi soledad: al llegar a una esquina, torcería por esa nueva calle siempre que el nombre de la misma fuera anterior, alfabéticamente hablando, a la que me había llevado a ese cruce.

Así caminé durante no más de media hora, pues el ayuntamiento parecía haber intrigado en contra de mí al titular esas calles porque no tardé en verme repitiendo el recorrido, por lo que determiné abandonar ese juego y seguir avanzando por el centro y por los minutos bajo otros azares, como cambiar de sentido cuando algo o alguien me lo impidiera y avanzar siempre que encontrara mi paso expedito. Me pareció, con todo, más interesante dejarme llevar por los otros viandantes y de pronto me vi siguiendo, a buena distancia y con toda la precaución posible para no ser descubierto, a aquellos otros que andaban en soledad, como yo, acaso curioso de ver qué hacían con su tiempo los que sí parecían saber cómo gastarlo.

AraiGodai - step (Flickr)
AraiGodai - step (Flickr)

Eran pocos, o eso quise creer, los que se encontraban en mi misma situación: los que iban solos solían hacerlo deprisa, tal vez llegaban tarde a algún lado, o se dedicaban a pasear pero como parte de su quehacer, no estaban obligados como yo esa tarde. Los pequeños que iban solos por la calle, por lo general, jugaban a la vez que andaban. También seguí a dos o tres mayores cuyo fin era ver escaparates, por lo que no se me hizo fácil seguirlos. Las mujeres eran las que parecían ir más ocupadas: eran las que más miraban el reloj al caminar como para comprobar si todavía les quedaba tiempo para llegar a donde se dirigían, pero también eran las más respetuosas al sortear a los lentos que les estorbaban, a los que caminaban sin prisa.

Me convencí de que eran ellas los peatones más interesantes y empecé a perseguirlas: pantalones ceñidos, faldas de tubo y zapatos de tacón que me desorientaron por los cruces, las esquinas y los pasos de peatones y que, a través de pasos subterráneos, entradas de grandes almacenes y paradas de autobús, terminaron por trasladarme a un barrio del extrarradio que nunca había pisado.

Enjoy B - the sound of my steps get lost in the night (Flickr)
Enjoy B - the sound of my steps get lost in the night (Flickr)

Ahora, sin señuelo que rastrear y perseguir, voy dirigiéndome hacia donde creo que quedó el centro de la ciudad a la espera de ubicarme de nuevo y ser capaz de encontrar el camino de la pensión. Atravieso cruces de calles sucios, grises y vacíos, leo rótulos cuyo significado no recuerdo y me dejo guiar de nuevo por el temor de unos pies cansados y el agotamiento de unos zapatos agrietados que no son capaces de andar sin hacer patente cada paso en el silencio de una noche que me responde con lo que creo que es el eco, a veces acompasado, a veces no, y es que no me atrevo a mirar atrás, a preguntarle por qué me está siguiendo, precisamente a mí.

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